El consumo de bebidas alcohólicas ha estado tradicionalmente relacionado con la violencia y las conductas agresivas. La violencia puede ser física (zarandeos, pellizcos, puñetazos, golpes…), psicológica (amenazas, insultos, coacciones…) o sexual (participación sexual en actividades no deseadas). El maltrato no es pues una consecuencia inevitable de un conflicto. El maltrato es una vía estratégica de lograr determinados resultados que, más que con el conflicto, está estrechamente relacionada con la hostilidad, la agresión y la violencia propiamente dicha. Entonces, alcohol y conducta violenta ¿van de la mano?
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Un poco de historia
La agresividad es un rasgo biológico del ser humano y constituye una herramienta al servicio de la supervivencia de la especie, base de la
evolución y perpetuación de las especies. Se puede decir, pues, que el agresivo nace pero el violento se hace. La agresividad estaría sustentada por la propia biología, por el instinto. La agresividad, por lo tanto, sería benigna en cuanto a que tiene una función defensiva. Por lo contrario, la violencia tiene una base más cultural, competitiva, vengativa, mostrando la cara más maligna y cruel de la especie humana.
Alcohol y conducta violenta
¿És el alcohol un desencadenante de violencia?
Con respecto a la relación de la violencia con el consumo de alcohol se habla de unas cifras que van desde un 86% para Suecia a un 24% para Alemania de crímenes violentos relacionados con el consumo de alcohol, la cifra para España se sitúa alrededor del 42%.
Se ha podido constatar con el paso de los años la gran correlación que existe entre el alcohol y la conducta violenta. Sin embargo, es difícil determinar si el alcohol etílico es el causante o el desencadenante de algunas de estas reacciones violentas.
La relación del consumo de bebidas alcohólicas con robos, asaltos con intimidación, violencia doméstica, problemas en lugares públicos o incluso crímenes nos obliga a buscar una explicación razonable. Si bien es verdad que no todos los alcohólicos son violentos, ni todas las situaciones de agresividad comportan un consumo de alcohol; el número de veces que concurren ambas circunstancias se acerca en algunos casos al 50%, e incluso más.
Basándose en diversos estudios antropológicos, en algunas culturas, las personas que ingieren alcohol se tornan más violentas y sexualmente promiscuas, en otras, por el contrario tienden más bien a la “pasividad” y a la “retracción”. En otros términos, desde este punto de vista, el comportamiento de la persona ebria es básicamente cultural y socialmente aprendido.
¿Qué ocurre cuando consumimos alcohol?
Según la teoría de la desinhibición, al consumir alcohol en determinadas cantidades los mecanismos que permiten frenar algunos impulsos y hacer valer las connotaciones éticas y morales, quedan diluidos. Otra teoría explicativa es la del deterioro cognitivo y las alteraciones conductuales debidas al consumo agudo o crónico de alcohol debido a la alta afinidad del etanol sobre el sistema nervioso central así como a su elevada toxicidad, que llega a provocar alteraciones en el funcionamiento cerebral.
El alcohol interfiere sobre la fisiología de los sistemas cerebrales y produce una desinhibición que propicia la manifestación de las conductas agresivas, el alcohol actúa de facilitador de los mecanismos agresivos, manipulando la respuesta razonada ante situaciones e impidiendo el freno para actuar violentamente. El nivel de funcionamiento cognitivo y de expectativas personales afecta en cada individuo la respuesta que se manifieste después de un consumo de alcohol y ante un estímulo que genere agresividad.
Algunas personas son más propensas que otras a llegar a ser agresivos después de consumir alcohol. Los investigadores que estudian el uso de
alcohol y la agresión mantienen la esperanza de identificar las diferencias individuales en el comportamiento y la bioquímica que existen entre los sujetos que se vuelven agresivos tras el consumo de alcohol.
Alcohol y conducta violenta machista
La violencia contra las mujeres atraviesa todas las fronteras de edad, raza, etnia, clase social o nivel, adoptando configuraciones específicas según los contextos culturales en que se desarrolla. La violencia en la pareja ha pasado relativamente desapercibida a lo largo del tiempo y todavía permanece así en muchos espacios socioculturales.
No se puede comprender de manera adecuada el maltrato de la mujer en las relaciones de pareja si no se lo relaciona con el contexto de un orden social y cultural que lo estructura y fundamenta: el sistema patriarcal.
Las múltiples formas de agresión a una mujer por su pareja “legítima” son en este contexto, al producirse en la esfera “privada” (doméstica,
intramuros), se han venido dando con más intensidad, con más justificación y con menos comprensión social. Desde tal supuesto, la reacción lógica no podía ser otra que la de instar a la mujer maltratada a “comprender”, “disculpar”, “perdonar”, a su “compañero” y a “reconciliarse” con él. Los agresores de los que hablamos viven en las mismas casas que sus víctimas, esta violencia proviene en muchos casos de una persona que una vez les dijo “te quiero”.
En el marco de la pareja patriarcal el recurso de la violencia se fundamenta, pues, sobre estructuras sociales y culturales en las que esta práctica constituye un recurso estratégico del poder establecido para el mantenimiento del orden y es considerada además como un componente de la lógica de la realidad.
Lo ilusorio de este mito consiste en la creencia de que eliminando el alcohol o las drogas el problema de la violencia en la pareja desaparecerá. El hecho que una persona maltratadora habitual de su pareja deje de consumir alcohol u otras drogas no constituye una garantía suficiente de que por ello dejará de ejercer la violencia contra ella.
Conclusiones sobre alcohol y conducta violenta
El planteamiento estratégico ya lo definió la OMS en el año 2002, aunque ya hace tiempo de esto, creemos que sigue vigente. En su informe mundial sobre la violencia y la salud, establece que las medidas a tomar deberían ir encaminadas a reducir la disponibilidad del alcohol, regular los precios de las bebidas alcohólicas, propiciando un incremento de los mismos, tratar los trastornos producidos por el alcohol e instaurar cribados e intervenciones breves. Precisamente la OMS toma como medida preventiva frente a la violencia la reducción del acceso a las bebidas alcohólicas. Así que, la disponibilidad del alcohol y la conducta violenta están íntimamente ligados.
Referencias consultadas
- PASTOR, Francisco Pascual, et al. Alcohol y violencia. Salud y drogas, 2011, vol. 11, no 1, p. 71-94. Extraído de: https://www.redalyc.org/pdf/839/83918877005.pdf
- HERRERA PAREDES, José Manuel; VENTURA, Carla Aparecida Arena. Consumo de alcohol y violencia doméstica contra las mujeres: un estudio con estudiantes universitarias de México. Revista Latino-Americana de Enfermagem, 2010, vol. 18, no SPE, p. 557-564.
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