El alcohol, así como sucede con el tabaco, por ser una droga legalizada, cuenta con una tradición social de uso cotidiano y recreativo generalizado. Sin embargo, su modo de consumo puede dividirse en dos tipos de patrones:
- Un consumo diario, patrocinado por nuestra cultura, donde el alcohol forma parte de nuestra dieta. Estos consumidores son personas adultas que hacen del vino o la cerveza un elemento más de su cotidianidad. Si bien suelen ser bebedores moderados, la influencia de estos hábitos pueden incentivar el consumo abusivo de alcohol y la enfermedad del alcoholismo.
- Y un consumo de fin de semana, cuyos consumidores más profusos son los adolescentes y los jóvenes. En ellos, la presencia del alcohol es un elemento fundamental de recreación y comunión con sus iguales. El modelo de consumo que sigue este patrón es el de ingesta de grandes cantidades de bebidas en un corto periodo de tiempo . De ahí que sean habituales en este tipo de bebedores, las intoxicaciones agudas o borracheras. Se trata, en suma, de un fenómeno social relativamente reciente, pero muy extendido en la sociedad actual.
El primer modelo es propio de la cultura mediterránea, mientras que el segundo procede de la cultura anglosajona. De ahí que en los países del sur de Europa el uso de alcohol no se vincule a un hábito problemático; en cambio, en los países anglosajones los atracones de alcohol de fin de semana se percibe como un problema social con base en bebidas de alta graduación.
Así, la importación de esta costumbre de borracheras ocasional ha cambiado sustancialmente el tipo de consumo de alcohol que se realiza en nuestro país. Donde se pasa de un uso moderado y diario entre la población adulta a otro de abuso excesivo y puntual de la bebida etílica.
No obstante, el peligro radica en que, entre la población menor de 25 años, los episodios de ingesta excesiva de alcohol se produce casi todos los fines de semana. Por tanto, no se trata de un hecho meramente esporádico. Lo que significa que esta dinámica se termina convirtiendo en un hábito de consumo perjudicial para la salud.
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CARACTERÍSTICAS DEL ALCOHOLISMO DE FIN DE SEMANA
En líneas generales, quienes beben los fines de semana o días festivos,realizan un consumo desmesurado de alcohol de forma consciente; puesto que se busca caer en los efectos estimulantes de las sustancias etílicas.
Esto se debe a que la neuroasociación que se tiene del abuso del alcohol durante los momentos de ocio es una percepción positiva. De hecho, se consume alcohol para obtener una reacción psicológica beneficiosa: de distensión, diversión, mayor confianza en sí mismo. Para muchas personas, sin duda, esta droga resulta un medio para alterar la realidad, haciéndola más agradable y llevadera.
Sea como fuere, se trata de un consumo compulsivo, irresponsable y peligroso; donde los jóvenes beben de forma descontrolada, con el claro objetivo de embriagarse y «pasarlo bien tomando unas copas».
Así pues, el alcoholismo de fin de semana se produce entre los adolescentes y los jóvenes menores de 25 años, con más incidencia en la población masculina. Así lo confirma un estudio llevado a cabo en España; según el cual los hombres entrevistados reconocían consumir una media de 120 gr de alcohol cada fin de semana. Mientras que las mujeres ingerían cerca de 80 gr en la misma situación. Dicho de otro modo, se llegaba a tales cantidades bebiendo entre cinco y ocho copas compuestas por bebidas destiladas (licores, ron, whisky,…).
Si bien el fenómeno del «botellón» está estrechamente relacionado con estas dinámicas de alcoholismo de fin de semana u ocasional; es solo un ejemplo del modelo de consumo basado en atracones etílicos. Y es que esta costumbre no solo se realiza en espacios abiertos o en lugares de ocio nocturno. Pues también acontece en cenas organizadas, al finalizar las jornadas laborales o en casas particulares, por citar más ejemplos.
POR QUÉ SE BEBE EN LOS MOMENTOS DE OCIO NOCTURNO
Son diversas las causas o las razones que llevan a la población juvenil — y en menor medida, adulta— a consumir sustancias etílicas de forma excesiva durante el fin de semana.
En primer lugar, porque el concepto de «tomarse unas copas de vino» está socialmente vinculado al disfrute de tiempo libre y de celebración; es decir, el alcohol es visto como un reforzador positivo en cuanto a sociabilidad y momentos de recreación.
En segundo lugar, porque, como sustancia psicoactiva que es, en él se busca un efecto estimulador, eufórico, de desinhibición social. Efecto que ayuda a evadirse de la realidad y de las exigencias del día a día.
Y, en tercer lugar, el beber alcohol se concibe como método para garantizar la pertenencia a un grupo. De hecho, el sentido lúdico u ocioso que se otorga a esta sustancia adictiva tiene su raíz en la costumbre de «beber acompañado». Así, la bebida se considera una especie de afición compartida por todo un grupo. Por ende, su consumo es sentido como un indicador de integración dentro de la pandilla.
Con todo, quizás el factor de influencia más fuerte sea la creencia social de que tomar alcohol es un hábito placentero. Y dado que esta sustancia forma parte de nuestra cultura cotidiana, ésta se percibe como accesible e inofensiva para la salud.
Por otro lado, en el caso de los adolescentes, la ingesta de bebidas etílicas sin restricción supone una especie de rito de paso o iniciación a la vida adulta.
CONSECUENCIAS DEL ALCOHOLISMO OCASIONAL
Para delimitar cuándo el consumo de alcohol se vuelve nocivo, suele tenerse en cuenta el cómputo semanal de cantidades de consumo. No obstante, no es lo mismo ingerir pequeñas dosis a lo largo de la semana, que tomar la misma cantidad semanal en sólo dos días.
En este sentido, beber 100gr. de alcohol en un solo día —o en una sola noche—, aun siendo un episodio aislado, supone un uso abusivo de la bebida. Lo cual, a largo plazo, si esta operación se reitera, puede suponer el origen de un comportamiento adictivo, de fatales consecuencias.
Aunque hoy más que nunca los jóvenes cuentan con información sobre los riesgos del consumo excesivo de alcohol, ello no impide su abuso voluntario. Así, a mayor frecuencia e intensidad de salidas nocturnas, mayor es el consumo y abuso de alcohol y otras drogas.
Se sabe que bajo los efectos de las sustancias alcohólicas perdemos capacidad de raciocinio y reaccionamos más impulsivamente; al tiempo que disminuye nuestra percepción de los riesgos, lo que no vuelve más insensatos. Por tanto, las borracheras ocasionales son causante de muchas irresponsabilidades que expone a los jóvenes a situaciones de riesgos diversas como:
- Intoxicaciones agudas que terminen en ingresos hospitalarios de urgencia.
- Tener relaciones sexuales sin la debida protección, aun a riesgo de contraer enfermedades de trasmisión sexual y embarazos indeseados.
- Ocasionar o verse envueltos en accidentes de tráfico, que ponen en peligro la seguridad vial ajena y su propia vida.
- Cometer imprudencias de todo tipo, por falta de autocontrol o cuidado.
- Responder con agresividad y conductas violentas, tanto hacia la propia pareja como hacia terceras personas.
Y, obviamente, una de las consecuencias más preocupante es que este alcoholismo de fin de semana se torne prolongado en el tiempo y se extienda a días laborales. Porque entonces el consumo de alcohol se convertirá en una drogadicción.
LAS CONSECUENCIAS DEL CONSUMO DE ALCOHOL EN LA ADOLESCENCIA
Como queda claro, el alcoholismo de fin de semana se registra principalmente en la franja etaria de 14 a 25 años. Sin embargo, un periodo problemático en cuanto a episodios de alcoholismo ocasional se da entre los 14 y los 18 años. Así lo ratifica la última encuesta ESTUDES elaborada en el año 2018.
El elevado uso de bebidas etílicas en los adolescentes parte de la baja percepción de riesgo que poseen de ellas. Dicha percepción errónea proviene de la presencia habitual que el alcohol tiene en nuestra sociedad, al ser comercializada de forma legal. He aquí dónde se encuentra el quid de la cuestión: en el discurso contradictorio que se envía a los menores.
En este sentido, el Observatorio de Toxicología de la Sociedad Española de Urgencias de Pediatría advierte sobre el preocupante número de intoxicaciones etílicas en menores. Éste ronda aproximadamente un 10 % del total de los casos de intoxicaciones en la población menor de 14 años.
Y, si bien, los efectos nocivos del alcohol a medio o largo plazo son muy graves para la salud, aún revisten mayor peligro en el caso los adolescentes. En esta etapa el metabolismo humano aún se halla en proceso de maduración y el adolescente no posee mucho peso; por tanto, el consumo de alcohol resulta más dañino y se producen intoxicaciones agudas con mayor facilidad que en los adultos.
Asimismo, la presencia de sustancias etílicas en el organismo impide el correcto desarrollo endocrino, de las hormonas sexuales y del crecimiento .Ante el menor signo de alarma de que nuestros adolescentes están cayendo en el abuso de sustancias alcohólicas o psicoactivas, debemos solicitar ayuda profesional. Desde los centros de desintoxicación se trabaja la prevención de los trastornos adictivos y la recuperación de una vida saludable. Así, entre la implicación de la familia y el apoyo profesional será más fácil evitar graves consecuencias de las drogodependencias.
CONCLUSIÓN
El alcoholismo de fin de semana resulta una realidad que se ha instaurado de forma intensa en nuestra vida ciudadana. Podría decirse que ya forma parte del estilo de vida de muchos jóvenes, que se inician en esta experiencia cada vez a más temprana edad.
Este fenómeno supone un claro ejemplo de cómo el proceso de globalización afecta también a los hábitos de consumo de sustancias adictivas.
Dicho fenómeno social juvenil pone en jaque la salud pública nacional, ya que los perjuicios sociosanitarios y los costos que se derivan de él revisten cada vez mayor complejidad. Y es que el panorama social en materia de menores y jóvenes que se alcoholizan los fines de semana se muestra realmente desafiante; a juzgar por los datos de las últimas encuestas.
La precocidad en el inicio del consumo, que ya ronda los 13 años de edad; la participación de las mujeres en este tipo de comportamientos sociales de riesgos insanos, que cada vez se acerca más a los porcentajes masculinos; la baja percepción que los adolescentes y universitarios tienen de los perjuicios de las sustancias psicoactivas en general, y del alcohol en particular; la cada vez mayor permisividad familiar; y la presión social de consumir bebidas alcohólicas para demostrar madurez o una actitud desafiante antes las normas sociales; etc. Todo ello en su conjunto supone factores de riesgo que debemos tratar de contrarrestar como sociedad desarrollada.
Las buenas prácticas al respecto pasan por difundir campañas y políticas preventivas e informativas insidiosas. Así como por promover programas de educación social o educación para la salud desde la infancia; y, simultáneamente, programas de asesoramiento a progenitores en cuestiones de prevención de las adicciones.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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